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sábado, 7 de noviembre de 2015

Carlomagno y el Imperio Carolingio


Ningún otro reino germánico logró organizar un vasto territorio bajo el control y la hegemonía de un solo Estado como la dinastía carolingia. No reavivó la antigua gloria de los césares, pero sí fue el punto de partida del feudalismo europeo.

A mediados del siglo VII, el reino franco de los merovingios, minado por las guerras civiles y las luchas por el poder, entró en decadencia. La autoridad del rey quedó en manos de los mayordomos de palacio, que se convirtieron en los verdaderos administradores de la casa real y dueños del aparato militar. Apoyándose en la nobleza de Austrasia, que intentaba sustraerse al control real, el mayordomo Pipino de Heristal se hizo con el poder. A inicios del siglo VIII, Carlos Martel, su hijo, ocupó de hecho el trono, organizó campañas contra los alamanes, sajones y turingios, contuvo el avance de los árabes en la batalla de Poitiers (732) y consolidó el poder de una nueva dinastía: la carolingia.
Debilitada por los conflictos con la Iglesia de Constantinopla y las disidencias internas, la Iglesia de Roma decidió apoyarse en los francos. El papa Zacarías legitimó las aspiraciones carolingias, representadas por Pipino el Breve, hijo de Carlos Martel, quien puso fin a la hegemonía de los merovingios.
Carlomagno, hijo de Pipino el Breve, continuó la política expansionista de su padre. Tras años de rebeliones consiguió someter Sajonia, conquistó la Lombardía y sometió a vasallaje el ducado de Benevento y el noreste de la península Ibérica. Hacia 799 el reino franco había alcanzado su máxima expansión, cuyas fronteras se extendían por Occidente desde la desembocadura del río Elba hasta los Pirineos y hasta el sur de Roma.
La estructura política
Carlomagno también desarrolló una estructura estatal adecuada a las crecientes dimensiones del reino. La fascinación que ejercía el ya inexistente Imperio Romano le llevó a sentirse el restaurador de la gloria de Occidente. Sus sueños se vieron confirmados cuando, en la Navidad del año 800, el Papa lo coronó emperador. Así, el reino carolingio se convirtió en Imperio.
El emperador basaba su soberanía en el carisma hereditario, el poder económico y la capacidad militar. La guerra era la fuente de riquezas por excelencia, ya que proveía de tierras y mano de obra esclava. Por lo tanto, los éxitos militares constituían la base del poder del emperador. Mediante bandos (bann), convocaba a las armas para sus campañas militares y administraba justicia. El centro político era la corte, que se concentraba en el palacio real, y era controlada por una red de hombres de confianza del emperador. El Imperio Carolingio no tenía una capital fija, pues se trasladaba allí donde iba la corte, y el emperador legislaba asistido por una asamblea, que estaba constituida básicamente por nobles de su confianza.

Dentro de la renovación de las antiguas jerarquías merovingias, una de las primeras medidas fue la abolición del cargo de mayordomo de palacio. Entre los nuevos cargos, sobresalían los de chambelán y camarlengo, al que seguían en importancia los de senescal, copero y mariscal. El conde palatino tenía atribuciones judiciales, y el archicapellán, administrador de la capilla del palacio y antecesor del canciller medieval, se encargaba de redactar y conservar los documentos imperiales.
En el orden local, al frente de la administración estaba el conde, oficial del rey, de quien emanaba su poder en el ámbito del condado. Como retribución, el conde recibía del emperador una posesión territorial, que progresivamente se convirtió en hereditaria. En su jurisdicción, el conde se hacía cargo de la organización administrativa, judicial y militar. Era asistido por el bailío, que supervisaba a los restantes funcionarios del condado. Por su parte, los obispos disponían de amplias atribuciones señoriales en las ciudades. Finalmente, a lo largo y ancho del entramado de poder, se movían los delegados imperiales (missi dominici), nobles o eclesiásticos designados por el emperador para supervisar a los condes y velar por el cumplimiento de los capitulares, nombre con que recibían las disposiciones del emperador.
La vida económica y social
La consolidación del Imperio Carolingio a partir de su exitosa actividad militar dio nuevo impulso al sistema de explotación esclavista, alimentado básicamente por los pueblos sojuzgados, aunque los hombres libres también podían convertirse en esclavos por deudas o condenas judiciales. Si bien el cristianismo prohibía la esclavización de los seguidores de su fe, la Iglesia no condenaba expresamente la esclavitud. Se limitaba a defender los derechos familiares de los esclavos, en especial su capacidad para contraer matrimonio legítimo.
Los campesinos libres podían portar armas y, cuando seguían al señor en alguna expedición militar, recibían parte del botín. Sin embargo, a partir de Carlos Martel, se impuso la tendencia a apartar a los campesinos libres de la guerra. Su alejamiento de las zonas de producción, cada vez mayor, en la medida en que las fronteras del Imperio se expandían, y la implantación del sistema de rotación de los cultivos hicieron desaconsejable su movilización militar. Por otra parte, el perfeccionamiento de las técnicas militares, que tendían a reducir el número de combatientes, ayudó a que la participación del campesinado en la guerra fuese menor. Sin embargo, esta tendencia planteó nuevas contradicciones. La guerra se volvió más costosa, lo que obligó a incrementar la recaudación de impuestos, afectando en particular a los campesinos. A su vez, su creciente descontento, que a menudo derivaba en revueltas, llevó a volcar más esfuerzos en la represión interna, lo que iba en detrimento de la capacidad expansiva del Imperio.
Trono de Carlomagno (Aquisgrán)
La nobleza, integrada por la fusión de los antiguos jefes tribales germánicos y los supervivientes de las antiguas clases senatoriales romanas, era propietaria de extensiones de tierra mucho mayores a las trabajadas por los campesinos libres. En sus latifundios, la explotación agraria se llevaba a cabo por esclavos y mano de obra suministrada por campesinos libres.
El comercio
La expansión territorial carolingia se tradujo en una reactivación del comercio, en decadencia durante las invasiones germánicas y la extinción del Imperio Romano de Occidente. En los condados se impulsó la creación de mercados y ferias, cuyo abastecimiento obligaba a poner en comunicación zonas muy distantes y a establecer circuitos de mercancías regulares. La demanda de artículos de lujo por parte de la nobleza se tradujo en la apertura de puertos francos y en el establecimiento de relaciones comerciales con zonas alejadas, tanto de Europa como Asia y África. Junto con el marfil y la seda, una de las mercancías más requeridas eran los esclavos, cuyo tráfico principal era ejercido por los árabes desde el continente africano. De este modo, los principales enemigos del Imperio Carolingio, los reinos islámicos, se convertían a su vez en los principales proveedores de mano de obra esclava, vital para la economía carolingia.
Florecimiento cultural
Anagrama de Carlomagno
La política de Carlomagno, continuada por sus sucesores, se tradujo en una reactivación económica y también cultural, religiosa y artística. Carlomagno dio cabida en su corte a numerosos eruditos y artistas procedentes de toda Europa. Entre otros, se destacan los nombres de Alcuino de York, director de la Escuela Palatina, Pablo Diácono, Paulino de Aquilea y Teodulfo de Orleans. Su biógrafo, Eginardo, lo acompañaba en sus campañas y lo consagró para la historia como "rex pater Europa" ("rey padre de Europa).
La corte de Aquisgrán, lugar de residencia preferido por Carlomagno, encarnó los éxitos del Imperio Carolingio. Se construyó un imponente complejo palaciego con mármoles traídos de Italia y se adoptaron modelos romanos en la distribución y decoración de las diversas estancias. La residencia de Aquisgrán contaba con una gran aula palatina o salón de audiencias, construido según el viejo estilo de la Roma clásica, y en el extremo opuesto del complejo, una capilla edificada según el modelo de la iglesia de San Vital de Rávena. Del mismo modo, se construyeron grandes iglesias, abadías y monasterios en todo el Imperio. 
Aunque el Imperio Carolingio tenía su mirada puesta en la antigua Roma, marcó un quiebre profundo con el pasado romano. El creciente alejamiento del latín romano por parte de las lenguas romances hizo que una parte cada vez mayor del clero no entendiese los textos que usaba ni pudiese celebrar los oficios religiosos. Carlomagno instauró una red de escuelas d latín para clérigos. Es significativo que, aunque Carlomagno no sabía leer ni escribir, su aula palatina impuso la minúscula carolingia para acabar con las variantes locales en la escritura. De hecho, en la corte de Carlomagno había un círculo literario que formaba una verdadera academia, con sus sesiones y concursos regulares, mientras en los "escritorios", los monjes trabajaban en los manuscritos miniados.

Una unidad difícil de sostener

Con la coronación de Carlomagno como emperador, cambió el carácter de la monarquía franca. Los carolingios restauraron la debilitada autoridad real de los francos, pero no lograron quebrantar el poder de la aristocracia, ya que en parte se apoyaban en ella. Desde el siglo IX, los nobles se convirtieron en vasallos del rey, pero sus intereses siguieron enfrentados a la corona. Carlomagno no pudo impedir que las tierras de los campesinos pasasen a manos de los señores, y que éstos, cuyos latifundios constituían principados territoriales, terminasen por sentirse iguales o más poderosos que el monarca. La unidad que forjó estaba llamada a resquebrajarse.

Fuente. Historia Universal. La Alta Edad Media y el Islam, Editorial Sol 90, Barcelona, 2004