En el siglo VI, los conventos de la Europa Occidental son los únicos centros de cultura. Ahí se copian y adornan los manuscritos, una tarea reservada a los clérigos; por eso, el desenvolvimiento de las miniaturas está ligado a la expansión de las órdenes religiosas, especialmente, a la orden benedictina. En los siglos VII y VIII, el arte del libro se extiende en torno a las Islas Británicas y a la Galia merovingia. La acción de Carlomagno y de sus sucesores en favor de la cultura, también abarcó el dominio de las miniaturas.
Carlomagno (izquierda) y Pipino el Jorobado. Copia del siglo X del original de 830